Carlos A. la Rosa Lama
El Dios de la bondad y el amor se hizo hombre para
redimir a los hombres y para que tengan vida en abundancia, esto es, para que
sean salvos y vivan felices, libres de privaciones materiales y espirituales.
El cuida y asegura que esto se cumpla, salvo que los hombres decidan lo contrario.
Muchas veces lo hacen.
El Estado es creación histórica de los
hombres, estos lo hicieron para que en nombre de la colectividad humana ejerza
autoridad usando la fuerza coercitiva que tiene precisamente para asegurar la
paz y armonía entre los diversos grupos humanos, confiándose en su legítima
prudencia, eficiencia y solidaridad. Hasta que los más poderosos lo dejan. A
veces, muchas veces, no lo dejan.
Por fe, Dios es amigo de los humanos, los
sirve y cuida en su desarrollo y bienestar aquí y ahora, y quiere que así sea
por los siglos de los siglos. No por fe, sino por razón y justicia, el Estado
también debe velar por el bienestar y desarrollo de los ciudadanos y ciudadanas
de su jurisdicción, pero sucede que esto
no siempre es así, porque se pone al lado de los poderosos y abandona a los
débiles , promoviendo injusticias que generan, a su vez, el justo reclamo de
los desposeídos contra la alianza perversa del Estado y los poderosos basados
sobretodo en la posesión de las riquezas, conseguidas al amparo o no de las
leyes hechas por ellos mismos y aprobadas por su socio el Estado.
Acá es donde deben entrar la Política y el
Derecho, para que todas las normas del Estado protejan a los débiles y
desheredados por los poderosos en busca del reequilibrio y armonía social. O
sea, que el Estado debe ser amigable sobre todo con los vulnerables en manos de
un mercado supuestamente impersonal y justo distribuidor de los bienes y
servicios producidos por los hombres y mujeres, lo que no suele ser cierto.
El Estado debe dar buenas normas,
implementarlas y controlar su aplicación, sancionando a quienes las infringen.
Es un sistema de prevención, ejecución, control y evaluación con justicia y
equidad.
El Estado es
indispensable para la existencia y desarrollo de la sociedad, porque la otra creación igualmente humana, el
mercado, no es necesariamente justo asignador de los recursos y bienes
producidos para la satisfacción de todos, aunque se pregone el paradigma de la
libertad económica con libre mercado con competencia perfecta.
Por eso, rogamos y exigimos que junto con
el buen Dios, el Estado también salve al pueblo. Así es como la reforma del
estado, muchas veces alejado y hasta opuesto al pueblo , debe tener una
administración pública eficiente y equitativa que arregle los desatinos del
mercado imperfecto y actuante en favor de los poderosos. Para eso se necesita
una ciudadanía conciente, organizada y participativa, que junto con el estado
sea la organizadora y protagonista de una sana gobernanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario